Una nueva entrega,
ilustrada con una fábula de Esopo.
Las liebres y las ranas.
Se reunieron un día las liebres y se lamentaban entre
sí de llevar una vida tan precaria y temerosa, pues, en efecto,
¿No eran víctimas de los hombres, de los perros, de
las águilas, y otros muchos animales?
¡Más valía morir de una vez que vivir en el terror!
Tomada
esta resolución, se lanzaron todas al mismo tiempo a un estanque para morir en
él ahogadas.
Pero las ranas, que estaban sentadas alrededor del estanque,
en cuanto oyeron el ruido de su carrera, saltaron asustadas al agua.
Entonces una de las liebres, la que parecía más
inteligente que las demás, dijo:
¡Alto compañeras!
¡No hay que apurarse tanto, pues ya veis que aún hay
otros más miedosos que nosotras!
El consuelo de
los desgraciados es encontrar y ver a otros en peores condiciones.
Al
igual que las liebres, le ocurre a muchas personas que son débiles de mente, en
lugar de sobreponerse a los problemas y miedos, que les genera la vida, hacen
como las liebres que huyen e incluso deciden suicidarse.
El
suicidio es quizás la acción más pobre que podemos realizar, puesto que con el
suicidio perdemos todo lo que poseemos tanto física como espiritualmente.
Cuando
nos suicidamos además perdemos lo que no hemos vivido que puede ser mucho,
además de hacer sufrir a las personas que nos quieren por nuestra marcha.
Pero
la cosa no se termina aquí, algunas ideologías afirman, que estamos en este
mundo para formarnos, adquiriendo experiencia y cuando morimos marchamos a
otras “esferas”, para después reencarnarnos de nuevo, regresando a la Tierra
varias veces hasta adquirir el grado de sabiduría necesario, para subir a una
esfera superior.
Aunque
el interesante tema de la reencarnación, lo reservaremos para algún futuro
artículo en exclusiva para él, próximamente.
Pero
aún hay más, también hay personas que como los conejos, para sentirse más
“valientes” necesitan que otros sean más temerosos que ellos.
¿Por
qué muchas personas viven (o más que vivir, sufren), desarrollando el
sentimiento de la envidia?, mirando lo de desean en manos de los demás, en
algún caso llegando al punto de desear o destruir al envidiado, para que no
disfrute de lo envidiado…
En
este caso los conejos no envidiaron a las ranas, pero al ver que alguien se
asusta más que ellos, llegaron a comprender que no estaban ellos tan mal, que
los hay que lo pasan peor.
¿Es
necesario comprobar que otros lo pasan peor, para entender lo bueno de la vida?
Ciertamente,
en muchas ocasiones, nos solemos amargar por pequeños problemas que nos impiden
disfrutar de nuestra propia vida, consiguiendo destrozar nuestra vida y la de
los que nos rodean.
¿A quién
no le suena el problemón (especialmente en la pubertad), de tener un grano
“enorme y feísimo” en la punta de la nariz?
Mas
adultos comprendemos que el problema no era tal, que aunque el grano en la
punta de la nariz, aunque haga feo, es lo que hay y por supuesto, al mundo le
importa un pimiento que tengamos ese grano o no.
Si
tenemos el grano en la punta de la nariz, como si no, que quien quiera mirar
nuestra nariz que se la mire y a quien no le guste… pues que no la mire, así de
simple.
Básicamente,
os recuerdo mi consejo de siempre:
Nada
más abrir nuestros lagañosos ojos, pintemos una sonrisa radiante, alegrémonos
de que en breve saldrá el sol y si el sol no sale alegrémonos de que el sol no
nos cegara cuando conduzcamos y nos den sus rayos en los ojos, alegrémonos de
que estamos ahí, alegrémonos por estar rodeados por todos esos seres queridos
que tenemos a nuestro alrededor, alegrémonos de tomar ese café matutino
(indispensable para mí), etc.
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